domingo, 19 de julio de 2009

Atrévete-

"A veces es miedo a tomar una decisión, porque ¿y si te equivocas, y si cometes un error sin solución?. Sea lo que sea lo que nos da miedo, una cosa es cierta: cuando el dolor de no hacer algo es más insoportable que el miedo a hacerlo es como si cargáramos con un tumor gigante", dice casi en forma corrida la voz en off de una de las mejores series de los últimos tiempos, Grey's Anatomy.
Quizás partiendo de esta frase, de estas palabras se pueden desprender tantas interpretaciones como personas que lean esta nota.
Animarnos, atrevernos, jugarnos y vencer los miedos. Lo repetimos constantemente día tras día, noche tras noche. Pero...¿lo logramos?
Todos contamos con un puñado de sueños, una cantidad de anhelos y una porción de proyectos. Todos tenemos metas y objetivos que se van modificando con el correr del tiempo. Que se van transformando, de alguna manera, en el sentido de nuestras vidas. Corremos detrás de ellos, sentimos que los alcanzamos pero cuando los estamos por tocar un golpe bajo nos deja sin aire. Y quizás por esto por, conocer tan en carne propia el dolor de la caída y la derrota, que nos cuesta animarnos.
La dudas se apoderan de lo que deseamos, el miedo al rechazo nos carcome la cabeza y el fantasma de la frustración aparece de un momento para el otro. Cortándonos el camino, complicándonos la partida de comienzo a fin.
Nos da miedo la incertidumbre, el no saber que hay del otro lado, el día después, pero sobre todas las cosas le tenemos terror al NO, al rechazo cara a cara, al derrumbe terminante de la todo lo que construimos con nuestra imaginación, todo lo que pensamos que podía pasar.
Y cuando ponemos en una balanza terminan pesando lo mismo. Pesa tanto el dolor por no atrevernos como la desilusión del fracaso. Y nos encontramos, sin darnos cuenta, en un callejón sin salida, en una encrucijada con nuestros propios sentimientos y miedos internos. Entre lo que somos y lo que queremos hacer.
Estamos tan mimetizados, desde chicos, que si hacemos las cosas mal vamos a recibir un castigo, que nos terminamos convirtiendo en robots que no nos manejamos por estímulos o impulsos sino por padrones de conductas creados por el mismo molde.
Nos atemoriza hacer algo y que no haya vuelta atrás, que no tenga solución o que por nuestro accionar quede a la luz, eso que tanto intentamos tapar. Pero a veces es imposible. Cuando las cosas tienen que pasar por más intentos que hagamos no lo podemos impedir. Y por eso nos quedamos estáticos, no intervenimos porque no sabemos que va a pasar, o si, pero no lo queremos ver.
Renegamos de lo que nos pasa, de lo que nos sale mal y nos quedamos clavados en eso. Nos paramos en el presente mirando al pasado y dándole la espalda al futuro. Proyectamos en forma inversa de atrás para adelante, pero nos cuesta muchísimo proyectar de adelante sin que se mezcle con lo que fuimos.
Y así pasamos el tiempo. Peleando una guerra feroz con nuestro propio yo. Una guerra entre lo que éramos y lo somos. Entre lo que deseamos ser y lo que verdaderamente nos identifica. Dejando a un lado la posibilidad, de que podemos ser las dos cosas con sólo cambiar la actitud.
Se que parece fácil decirlo. Pero yo también lo sufro. Tengo miedo a decir algo y no escuchar del otro lado lo que tanto espero. Me cuesta tomar la iniciativa sino tengo una serie de pruebas que me demuestren que no me voy a dar la cabeza contra la pared, una vez más.
Pero, finalmente, me termino animando y no siempre las cosas salen con las esperaba. Pero hay algo que cambia en mi. Cuando dejo ver lo que lo que me pasa, sin importar lo que vendrá, la tranquilidad se apodera de mi. Porque se que hice todo lo posible para cambiar lo que no me gusta o para generar algo en donde antes no existía.
Puedo respirar tranquila, puedo estar satisfecha porque se que no me quede con los brazos cruzados viendo como la realidad, mi realidad y la que forma parte de mi contexto, pasaba por delante de mis ojos como una película una y otra vez.
El miedo existe y esta bien que este porque sino tuviéramos miedo no pensaríamos las cosas dos veces y no nos caeríamos las veces que nos caímos. Aunque cueste reconocerlo, nos hace falta, los golpes. Por que de ellos aprendemos. Porque de ellos crecemos y nos formamos.
Todos nos podemos caer, está permitido.Pero es una obligación tomar fuerza levantar la cabeza y seguir adelante. Porque nadie va a poder caminar el camino por nosotros.
Y el sentido de la vida está en caminar por el medio, nunca por el costado viendo todo lo que pasa sin poder intervenir.



Clarisa D'Angelo

martes, 14 de julio de 2009

El día que no vi tan lejos Buenos Aires



La noche en Bragado estaba serena, invadida por los mosquitos y el calor constante que caracteriza el comienzo del verano a mediados de diciembre. Mis vecinos estaban sentados afuera, tomando un poco de aire fresco mientras charlaban de algo que yo no entendía. Mis papas estaban más agotados que nunca. Pero no era solo eso lo que yo notaba en ellos; sus rostros reflejaban con cada gesto una sensación rara y amarga. Con sus ojos cargados de preocupación me dijeron, ante mis interminable ronda de preguntas, que “tenían sueño porque se habían levantado temprano para trabajar”.
Yo con once años, todavía pecaba de ingenua, pero no me quedé conforme con la respuesta que mamá y papá me habían dado. En el aire aparte de la densidad del calor y la humedad, había miedo, pero no lograba comprender que era lo que tenía tan raros a todas las personas grandes. Intenté distraerme, pensaba en el regalo para mi tía Andrea, que cumplía años al día siguiente-20 de diciembre-. Pero me aburrí y como vi la luz de la televisión en la habitación de mis papás me acosté en el medio de ellos.
El periodista Antonio Laje, desgastado, con ojeras y al mando de un programa, del que no recuerdo con exactitud el nombre, me dio la mano para acercarme, aunque sea un poco y a mi manera por ser tan chica, a la realidad que hasta ese momento desconocía por completo.
Mis ojos achinados, estaban más grandes y amplios que nunca, mi cabeza iba a dos mil revoluciones por minuto, pero a la vez me sentía segura porque pensaba que lo que estaba viendo sólo podía pasar en lo que yo llamaba “la gran ciudad”, Buenos Aires, para mis familiares.
Eran muchos escenarios plantados en un mismo lugar, muchas cosas por descifrar, situaciones violentas que nunca antes había visto. Por un lado un móvil del programa mostraba a la gente corriendo con bolsas de comida que saqueaban de los supermercados. En otro punto de Capital Federal, pero no muy lejano, personas lastimadas y policías pegándoles y por último, pero no por eso menos importante, el Presidente, Fernando De la Rúa, para mi la persona más buena del país porque solucionaba los problemas, diciendo que se iba. Para ese entonces mi desilusión era muy grande y mis papas intentaron explicarme lo que estaba sucediendo hasta que me tranquilizaron.
Aunque la calma duro unos segundos: eso que yo veía a través de la pantalla se trasladó a mi ciudad y ahí el miedo me invadió por completo. Miembros de organizaciones comenzaron a pedirle, a los supermercados, comida y alimentos, pero no de la mejor manera. Aunque no llegaron a convertirse en saqueos violentos con personas heridas ni muertos, Bragado sintió el rigor de la realidad.
Esa noche de diciembre de 2001, con once años, fue la primera vez que sentí que los 210 kilómetros que me separan de “La gran Ciudad” no existían.

“Me respetan porque yo ya pagué derecho de piso en “AM””

Como en cualquier trabajo o profesión, no importa el ámbito ni el contexto, encontrar lugar y estabilididad en los medios lleva su tiempo. Para el periodista también es fundamental lograr ser respetado por los colegas, escuchado por los productores y reconocido entre la gente. Todo estas circustancias forman parte de un proceso del que se conoce la fecha de inicio pero no se sabe nada del final.
“AM” el programa conducido por Leo Montero y Verónica Lozano, que va por su cuarta temporada, liderando las mañanas de Telefé, se ha convertido en el receptor de periodistas jóvenes con hambre de logros y ganas de trabajar. Con humor y energía incorporó a profesionales nuevos en su staff de panelistas con los que interactuan tanto adelante como detrás de cámaras, generando un excelente clima de trabajo y haciendo que los nervios típicos de los que recién comienzan sean menores, aunque esto no implica que no haya que luchar para ganar y mantener el lugar.
“Me respetan porque yo ya pagué derecho de piso en “AM”, sostuvo Diego Moranzoni, uno de los noteros del programa emitido por Telefé, en referencia a su forma de trabajar y a la relación que entabló, a lo largo de los años, con el equipo de producción y los demás integrantes del ciclo.
Antes del Mediodía le otorga a los noteros la tarea de cubrir todo lo que pasa en los medios y en el país mediante entrevistas en eventos o encuestas a la gente en la calle sobre determinados temas de actualidad que se encuentran como principales focos de atención. Además, una vez que el derecho de piso ya pasó hacer un recuerdo, el periodista tiene la posibilidad de integrar la mesa junto con Leo Montero y Verónica Lozano para debatir y expresar sus opiniones.
De esta forma el notero, cronista o periodista logra sumar un voto de confianza en AM. Formar parte del panel estable y poder poner voz a sus pensamientos se gana a través del trabajo constante y la calidad de las notas, la originalidad de las entrevistas y el respeto por los colegas.
Durante las dos horas que dura el programa se busca que todos los panelistas participen, por lo que entre corte y corte se realiza un intercambio de periodistas que entran y salen de cámara, según el tema o el hecho que se vaya a tratar durante ese bloque.
Cuando se tiene el título en mano, ese que nos diferencia entre ser periodistas o no, comienza otra etapa donde dejamos de ser estudiantes para convertinos en profesionales. Cuando se está recibido se empieza a caminar por otro camino, donde se lucha para encontrar un lugar, aunque sea chico, en un medio inmeso e interminable.