domingo, 1 de noviembre de 2009

¿QUÉ VES?


¿Cómo nos ven los demás? ¿Cuál es la imagen que refleja nuestra alma? Las personas con las que nos cruzamos todo el tiempo, las personas conocidas y las desconocidas también ¿Que piensan cuando nos tienen frente a frente? ¿Qué sentimientos generamos? ¿Somos etiquetados por nuestra forma de ser o por el prejuicio colectivo?
Aunque todos nos enfilamos detrás de la columna de el no me importa el que dirán morimos por saber que es lo que los demás piensan de nosotros. Nos mordemos los labios, aguantando quizás, soltar la pregunta clave ¿Qué te parecí? Pasamos días sacando conjeturas, repasando la escena del hecho, la escena en la que la otra persona te conoció, intentando recordar el guión de nuestra propia novela costumbrista y empezamos a auto boicotearnos a través del arrepentimiento.
La sociedad es una constante generadora de supuestos que son instaurados entre nosotros con una facilidad asombrosa. Estos supuestos transforman en puntos a seguir y cumplir a raja tabla para lograr, se cree, la aceptación y el reconocimiento de los demás.
Pero… ¿Qué pasa cuando lo que escuchamos no es lo que estábamos esperando? Cuando el efecto que quisimos generar nos jugó una mala pasada terminamos encasillados bajo rótulos incómodos, esa definición que era, justamente, la que intentamos no crear se transforma en nuestro primer nombre.
Aparentamos, fantaseamos, plantamos situaciones para poder llegar a esa persona y no nos damos cuenta que en la búsqueda desenfrenada por encontrar el guiño en el otro, dejamos relegados en el camino miles de partes propias que son las que verdaderamente nos constituyen como una persona diferente.
Pensamos cada cosa que vamos a decir, cada gesto, como movernos, como no movernos, que posición tomar frente a determinado tema, nos interrogamos preguntándonos ¿Qué está bien? ¿Qué está mal? Y así nos olvidamos de aquel as que tenemos bajo la manga, ese que ocultamos hace un tiempo: La espontaneidad.
No hay mejor arma de combate que la señora espontaneidad, ella, es podríamos decir, diferente y especial. Aquella persona que se deja llevar por los impulsos, que los cuida y los mide pero no los corta de raíz, esa persona que deja ser las cosas y no pone palos en el camino es la que verdaderamente se despega del resto y logra que los demás vean en ella lo que deben ver, su esencia, sin posturas ni poses.
Esas personas son tan transparentes que no deben fingir ser algo que no son para encontrar aceptación. Para que el resto nos acepte debemos, primero, aceptarnos nosotros, asumir nuestras limitaciones, nuestros techos y jugar con ellos para sacar lo mejor de si. Aquel que se pasa la vida intentando ser lo que, imagina, que es lo correcto nunca logrará ser valorado y mucho menos proyectar su imagen más autentica.
Por eso siempre me pregunto ¿Qué ven cuando me ven?...Segura de que vean lo que vean no traicioné mis principios.
¿Qué ves? ¿Qué ves cuando me ves?